Tiquis

mayo 22, 2020 Microrrelatos Comments (0) 1327

Una mierda vale más que mil palabras

Tiquis vive de alquiler desde hace 4 años en una casa que odia pero que le permite llegar al trabajo en cinco minutos.  Para ello, necesita coger el coche todos los días a las 8:00 en punto ya que todas las carreteras que llegan hasta su oficina son de mucho tráfico se crea cola. Su vecina Patricia es una mujer de unos cuarenta años, tez pálida y espalda desproporcionada. Tiquis la espía de vez en cuando, lo hace mientras espera a su profesora de piano. Patricia no trabaja. Tiene un coche todo terreno que aparca todas las noches delante de la casa de Tiquis.

A las 7:50 de la mañana, como cada día, Tiquis sale de casa con en mano su bolsa térmica y las llaves del coche. Cierra la puerta con cuidado (dos vueltas completas a la derecha y media a la izquierda para sacar la llave limpiamente y sin forcejeo), se da la vuelta y topa con el 4×4 de Patricia que le corta el paso. Ya es el segundo día de la semana que llega tarde al trabajo por culpa de Patricia que se olvida de quitar el coche de su puerta por la mañana. No puede permitirse otra discusión con Anabel, las cosas no van bien en el trabajo y llegar tarde a otra reunión lo haría quedar muy mal. Piensa lo que piensa y, armándose de coraje, decide ir a tocarle al timbre. “Esta vez es demasiado”, “Se va a enterar”, piensa. Con toda la fuerza que un pensamiento positivo puede generar en un cuerpo naturalmente pesimista, cruza la acera directo a la casa de en frente. Nada más dar un par de pasos, el destino le presenta su primer obstáculo; el perro de Patricia, un pastor alemán de nombre Alf, ha dejado un simpático y oloroso recuerdo poco antes del escalón de entrada. “Se fuerte y sigue adelante”. “La mierda está ahí, quieta, solo tienes que esquivarla”. Con grande esfuerzo y sin mirar atrás, Tiquis se acerca un metro más. Y de nuevo, otra prueba: el timbre está lleno de tierra y en la puerta se pueden ver huellas de manos que seguramente se limpiaron sobre ella. Piensa: “Has llegado hasta aquí, tú puedes.” Acepta su destino y toca al timbre. Patricia abre en batín.

–¿Qué es lo que quieres? ¿Es que no sabes las horas que son mamarracho? –Tiquis baja la mirada buscando refugio en sus zapatos.

– ¿Se te ha comido la lengua el gato? No, si ya lo decía yo que a este tarado le faltaba un hervor –dice mientras apoyaba sus fuertes brazos en su cintura. – ¡Habla hombre!

–No…es que… bueno… No.

– No, ¿qué?  No, qué. A tu casa, venga. ¡Arrea! Lo que hay que aguantar…

El portazo de Patricia es tan fuerte que hace que le entre polvo en los ojos. Tiquis queda inmóvil, tenso y al borde de un ataque de nervios. Su cuerpo espera un mejor momento para reaccionar. Tras 10 minutos de pura desrealización, Tiquis recoge la mierda de Alfi con un folleto del Lidl que encuentra en el suelo y la aplasta contra la mirilla de Patricia: “¡¡Tu puto coche hija de puta, tu puto coche!!”

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El perro de Goya

mayo 15, 2020 Reflexiones Comments (0) 1752

Algo pasó con Europa

Mucho se ha dicho hasta ahora sobre esta enigmática obra de Goya, sobre ella su autor no nos ha dejado más que un título: “Perro semihundido”.

Sin embargo, no conozco a nadie al que su visión le haya dejado indiferente. Ya sea por la familiaridad que nos produce el animal protagonista de la representación, o por el desazón que nos transmite, cierto es que la fruición de este cuadro se nos plantea como una íntima experiencia. No hace mucho tiempo, mientras me encontraba de visita en Madrid, tuve el placer de poder contemplarla en directo en el museo del Prado y fue entonces cuando di con una interpretación de la obra en clave orteguiana que me dispongo a compartir con vosotros:

Como es sabido, Ortega y Gasset, no puede ser definido como un filósofo teorético (¡nada más lejos!) sino que dedicó la mayor parte de sus esfuerzos intelectuales a devolver a la vida y a sus “vividores” ese puesto en primera fila que siglos de racionalismo e idealismo le habían arrebatado injustamente. La verdadera revolución orteguiana consiste – y no consistió- en hacer depender por primera vez lo racional de lo vital, es decir: la razón es la que tiene que prestar un servicio a la vida y no viceversa. Hacernos la vida más cómoda, menos hostil, ésta y no otra debe ser su verdadera misión. Desde este punto de vista, el completo aparato cultural y social en el que nos encontramos por el mero hecho de haber nacido en un lugar y en una época determinados, no es más que un producto derivado de las necesidades vitales de una generación. A una determinada sensibilidad, a un modo particular de estar en el mundo, corresponde una serie de valores determinados, un conjunto de “reglas del juego”, como diría Wittgenstein, que aprendemos desde el primer momento en que entramos a jugar en una partida que ya ha comenzado, esto es, cuando llegamos al mundo.

En otras palabras: la cultura, dirá Ortega, no es más que el conjunto de soluciones más o menos satisfactorias que el hombre inventa para evitar ciertas necesidades, ya sean estas de tipo material o espiritual. De lo que se puede deducir que a un cambio en la sensibilidad humana debe corresponder siempre un cambio en su cultura, de no ser así, se precipita en el abismo de la crisis. Una cultura que no cumple con su misión es una cultura en crisis. El mayor problema del hombre no es otro que el de vivir en una cultura que le es inútil, estéril, que se ha hieratizado. Cada vez que una nueva sensibilidad nace en un mundo en el que una vieja cultura viene impuesta, aunque joven, el individuo se siente anciano, sin futuro, perdido y sin nada a lo que poder agarrarse. Cada vez que un ideal se revela vacío, inaplicable, obtenemos una prueba de que el sistema no está funcionando. Pensando a lo que todavía no había sucedido, Ortega nos advierte del peligro que podrían suponer ciertas políticas totalitarias sobre el sustrato débil de individuos que al interno de su circunstancia cultural se sienten perdidos, desorientados, y que no son más que una masa deforme fácil de manipular.

Ahora bien, volviendo a mirar el cuadro, es casi imposible no identificarse con ese pobre animal que, desolado y perdido en un mundo infinitamente mayor que él, alza la mirada y busca desesperado, algo o a alguien que le diga qué es lo que tiene que hacer, que le indique el camino, un amo que decida por él. Algo muy parecido a esto fue lo que ocurrió en Europa a mitades del siglo pasado, perros sin dueños cayeron en manos de su carnífice.

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Fragmentos sobre Juan Rulfo

mayo 13, 2020 Reflexiones Comments (0) 4827

Uno de mis autores preferidos; su literatura es breve pero muy humana e intensa. Espero que este conjunto de reflexiones despierten vuestro interés por su obra.

Pedro Páramo

Aunque prefiero los relatos cortos, me gustaría dedicar unas palabras al personaje femenino de esta novela. Susana San Juan, se presenta como un alma atormentada encerrada en un mundo (el de Páramo) del que solo la muerte la puede liberar. Es también el único espíritu de Media Luna que no necesita redención. Este es, sin duda, su mayor atractivo. Es por esto que el mismísimo diablo sueña con acapararse su alma y hacer suyos sus sueños.

Como en el resto de su obra, hay en estas páginas, un fiel retrato de lo humano. El hombre en su completa mezquindad. Atributos que se muestran magistralmente a través de la culpa, la violencia y el egoísmo de sus personajes.

Muy presente también el factor territorial. Lugares impregnados por las vivencias y sufrimientos de quienes en pasado los habitaron. No existe un rincón sin su historia. El pueblo cuenta de sus fantasmas y éstos construyen sus calles, caminos y cementerios.

Todos escogen el mismo camino. Todos se van. Después volvió al lugar donde había dejado sus pensamientos. –Susana –dijo. Luego cerró los ojos– . Yo te pedí que regresaras…

Juan Rulfo. Obras. El Llano en llamas, Pedro Páramo y Castillo de Teayo, editorial RM (en conjunto con la fundación Juan Rulfo), 2011.

La figura de Pedro Páramo a trazos se escapa. Volviendo la vista atrás, dejando reposar su lectura un tiempo, y mediante un esfuerzo de síntesis conceptual, se podría decir de él que es como un espejo. No es nadie en particular, no es personal. Todos y cada uno de los fantasmas vive un encuentro con Pedro Páramo. Lo asocio, por lo tanto, al estado de la conciencia. Es un reflejo del mal que llevamos dentro. Solo Susana consigue alejarse como si esta fuera una metáfora de la voluntad y el deseo genuinos.

De enorme belleza es el fragmento en el que ella describe su experiencia en el mar. Él la acompaña, pero no consigue entrar en su mundo.

Él me siguió el primer día y se sintió solo, a pesar de estar yo allí. […] Me gustas más en las noches, cuando estamos los dos en la misma almohada, bajo las sábanas, en la oscuridad.
» Y se fue.
»Volví yo.
»Volvería siempre. El mar moja mis tobillos y se va; moja mis rodillas, mis muslos, rodea mi cintura con su brazo suave, da vuelta sobre mis senos,; se abraza de mi cuello; aprieta mis hombros. Entonces me hundo en él, entera. Me entrego a él en su fuerte batir, en su suave poseer, sin dejar pedazo.
»Me gusta bañarme en el mar –le dije.
»Pero él no lo comprende.
»Y al otro día estaba otra vez en el mar, purificándome, Entregándome a sus olas. »

Ibidem, Pag. 283

Es que somos muy pobres

“… y por eso nos va tan mal”, habría añadido de mi puño y letra.

Desgracia tras desgracia, el destino se las apaña para poner en su sitio a cada cual, y nosotros somos muy pobres.

Y Tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la ha matado el río. Está aquí a mi lado, con su vestido color rosa, mirando el río desde la barranca y sin dejar de llorar […] El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba a abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición.

Ibidem, Pag. 59

La vaca Serpentina que el río se lleva representa todo el esfuerzo y el sacrificio de esa familia por conseguir un buen matrimonio para su hija menor; Tacha. El buen partido que la niña pueda conseguir constituye la última esperanza para el entero núcleo familiar. Perdido el animal, se pierde cualquier posibilidad de medrar y se abren las puertas del pecado. La inocencia es algo que ya no pueden permitirse.

El hombre

Sin duda, mi relato predilecto. Ya en el título se encierra la síntesis extrema de este cuento y, en definitiva, de la obra de Rulfo.

El autor escoge una técnica de narración en la que no aparecen nombres proprios. En ningún otro relato dejará sin personalidad a sus protagonistas. Aquí, en cambio, se razona por esencias. La virtud narrativa y la maestría con la que se dibujan los rasgos de lo humano confieren a estas páginas un carácter sinestético.

En este cuento sobre el hombre, solo encontramos a la bestia. La trama deja aflorar en superficie la capa más honda del ser humano. Desde el primer momento, el autor atribuye comportamientos animalescos a sus personajes, en la primera frase se marca el estilo:

Los pies del hombre se hundieron en la arena dejando una huella sin forma somo si fuera la pezuña de algún animal.

Ibidem, Pag. 61

La identificación del protagonista con el depredador que, inmerso en la jungla, persigue a su presa, es tal, que se hace necesaria la amonestación de su misma conciencia:

Voy a lo que voy, volvió a decir. Y supo que era él el que hablaba

Idem.

Los cambios de narrador hacen que esta obra sea como una ventana abierta hacia lo esencial. Un viaje hacia lo que nos hace tan humanos y tan animales al mismo tiempo. Prescindir del motivo para juzgarnos a través de los mismos ojos: los de la violencia.

El hombre busca justificación en sus actos: lo que a uno aparece como un acto injusto a otro le resulta necesario.

En la parte final del relato encuentro una intención más moral. A la visión esencial se le añade la dimensión temporal que carga de moralidad edípica la vida del hombre, aparece entonces la persona.

El personaje del borreguero representa la moral, el juicio. De él sabemos que ocupa una posición dentro de la organización social, que es respetado.

¿Dice usted que mató a todita la familia de los Urquidi? De haberlo sabido lo atajo a puros leñazos.

Ibidem, pag.68

El borreguero defiende su inocencia y sus buenas intenciones. No se puede ser culpable si no se conoce el delito y la intención es buena. La culpa de Edipo es o no es pecado.

¿De modo que ahora que vengo a decirle lo que sé, yo salgo encubridor? Pos ora sí. ¿Y dice usted que me va a meter en la cárcel por esconder a ese individuo? Ni que yo fuera el que mató a la familia esa…

Ibidem, pag.69

Animal y ser moral; eso es el hombre.

Tlalpa

En esta corta historia sobre Tanilo, veo otro aspecto fundamental de la vida humana, el hombre visto como res cogitans. Aunque son posibles varias lecturas:

Psiconalítica; que vería procesos de sublimación y una idealización de la persona fallecida, es decir, del luto y del dolor provocado por el remordimiento.

Kafkiana; hablaría del desplazamiento continuo del objeto del deseo y de cómo este nos transforme en esclavos (inconscientes) de nuestras mismas pulsiones.

Luvina

El cuento, a través del cual, más he podido identificarme con el personaje, de todos los que he leído hasta ahora. Podría incluso llegar a decir que yo misma he vivido en Luvina.

Algunos de los elementos que más me han impactado:

Viento; idea de consumación, erosión, desgaste. Representa la hostilidad del ambiente, de la circunstancia en términos orteguianos.

La cal y el color gris; ausencia de vida, infertilidad, abrasión.

Nunca verá usted el cielo azul en Luvina. Allí todo el horizonte está desteñido; nublado siempre por una mancha caliginosa que no se borra nunca.”

Ibidem, pag.124

En Luvina no se puede ser feliz, allí anida la tristeza, la parálisis. Ninguna oportunidad te espera. Es tierra de vejez. Quien allí va, se hace viejo y espera a la muerte. Viven por sus muertos. La acción, cualesquiera que esta sea, es extraña a sus gentes.

La circunstancia aniquiladora gana terreno al yo que la habita. Luvina te devora. Sobre la tristeza:

Está allí como si allí hubiera nacido. Y hasta se puede probar y sentir, porque está siempre encima de uno, y porque es oprimente como una gran cataplasma sobre la carne del corazón.

Ibidem, pag.125

De Luvina uno vuelve viejo y sin vida. El tiempo se distorsiona: lento cuando se está esperando dentro, rápido cuando se vuelve la vista atrás desde fuera de ella.

Allá viví.Allá dejé la vida…Fui a ese lugar con mis ilusiones cabales y volví viejo y acabado.

Ibidem. pag.126

Luvina es una perfecta metáfora de la vida de hoy en día. La alienación a la que es sometido el individuo y que lo arrastra y condena dentro de una existencia que se transforma en una lucha continua contra el viento (que no cesa en Luvina). Y que es aún peor y más vacía cuando el espejismo de este enemigo eterno se detiene y deja ver el cielo. Malo cuando deja de hacer aire porque se piensa y se ve entonces la distancia y el abismo. El tiempo se abalanza sobre él y lo engulle, lo distrae y lo entretiene mientras le roba la vida, lo vital. Hay quien nunca sale de Luvina, quien escapa a tiempo, quien lo hace demasiado tarde y quien nunca ha querido entrar. Sensibilidades, estas últimas, que han intuido la voraz dimensión del tiempo en Luvina y se alejan de ella. En mi opinión, el autor, pertenece a este grupo. Él y todos aquellos a los que estas páginas hayan iluminado el camino.

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La noche con el vampiro

mayo 6, 2020 Microrrelatos Comments (2) 2729

Sueño con poder contarlo. Hacer el placer. Actuarlo. La vida se acelera y el tiempo se convierte en reverberación eterna. Un yo inmenso que es pura inmediatez sensible. Priman los colores y los sentidos, la mente es blanca, ausente. Duerme el vampiro en el pensar, dejémosle bailar.

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El síndrome del aniversario

marzo 31, 2020 Relatos Cortos Comments (0) 1140

La vida sin ti, después de ti, no puedo.

–¿A qué día estamos?, ¿es veinticinco?, ¿es hoy miércoles veinticinco de marzo? Dígame doctor, ¿qué día es hoy?, ¿me estoy muriendo ya?

Como cada día, Juan Carlos limpia y asea a su asistido. Ya le ha explicado muchas veces que él no es médico, que es enfermero y que para hablar con el doctor tiene que esperar hasta el cambio de turno, a eso de las once. Pero el señor Llopis tiene prisa. Lleva ingresado unas seis semanas y no ha habido día en el que no le haya preguntado si falta mucho para el miércoles. Fue difícil al principio, pero ahora ya se ha acostumbrado a mentirle y le sigue la corriente. –Ya falta poco, hombre. Estamos a martes. Mañana le toca, no se preocupe –le dice sin molestarse en explicarle quien es él y por qué está donde está. –Déjeme que termine aquí y así se puede ir usted preparando para lo de mañana. ¿De acuerdo? –Los ojos con los que el anciano le mira le recuerdan a los de un niño que espera la llegada de sus padres. –De acuerdo, doctor. Si usted lo dice, no habrá más que esperar.

–Las condiciones físicas son buenas, no hemos encontrado ningún traumatismo grave a pesar de su edad –dice el doctor mientras bebe de la botella de agua que siempre le acompaña. –Es más –continuó– podría decirse que cuenta con una salud envidiable. Lo único que me preocupa, dadas las circunstancias, es su estado de ánimo. No sé si han hablado con él hoy, pero… por lo que parece, su padre está convencido de que mañana morirá.

–¿Cómo dice? ¿Morir mañana? ¿No nos acaba de decir que cuenta con una salud de hierro? No entiendo nada. Qué está diciendo, ¿¡Jonás!?

–Tranquilízate, Lucía. Deja que termine de explicarse.

–Sí, lo siento. Puede que me haya expresado mal. Lo que quería decir es que, según su padre, mañana vence la fecha que el mismo ha querido establecer como la de su muerte. Lleva semanas diciendo que quiere morirse el veinticinco de marzo. Desde que lo ingresamos, tras el accidente, no hace más que repetirlo. No sé si para ustedes esa fecha significa algo, pero creo que deberían hablar con él e intentar averiguar de qué se trata y si es consciente de lo que dice. De no ser así, de insistir con el delirio, les aconsejaría que lo trasladaran a una estructura psiquiátrica especializada. Su padre se encuentra en un momento delicado a nivel psicológico, es muy importante que recupere una actitud positiva, que no desconecte de la realidad y no se abandone a si mismo; no sería la primera vez que un accidente sin importancia como el sufrido por el señor Llopis acarreara consecuencias muy negativas.

–¿De qué tipo, doctor? – Pues, desde un estado depresivo hasta, en el peor de los casos, la incumbencia de cuadros psicóticos graves o el desarrollo de un estado precoz de demencia senil. No sé hasta qué punto reconoce ya a las personas o si es capaz de discernir la realidad temporal en la que se encuentra. Por ponerle un ejemplo, confunde a Juan Carlos, su enfermero, conmigo y, en ocasiones, incluso se dirige a él como a su hijo. Lo llama Jonás y lo trata como si fuera un niño. Sé que es duro de aceptar pero si necesitan apoyo o información sobre los mejores centros de la ciudad a los que acudir, no duden en ponerse en contacto conmigo. Aquí en esta clínica ya no podemos hacer nada más por él. Mañana le daré el alta. Ánimo y háganme saber si puedo serles de ayuda. Lucía no puede contener las lágrimas y se aleja del grupo, dejando que sea su hermano quien se despida del médico. –Muchas gracias doctor Hernández, así lo haremos. Dígale a Juan Carlos que agradecemos mucho la paciencia que ha demostrado con nuestro padre en estas semanas y, disculpe a mi hermana, sé que le hubiera gustado darle las gracias en persona. –No se preocupe, hombre, entiendo las circunstancias. Les deseo lo mejor a ustedes y a su padre.  

El médico le estrecha la mano y sigue su marcha diaria por la planta. Lucía espera a su hermano sentada en la cafetería del hospital. Al ver llegar a Jonás, se levanta y lo abraza. –¿Qué vamos a hacer ahora?, ¿crees que deberíamos llevarlo a una residencia para enfermos mentales?, me da mucha pena solo de pensarlo. ¿No estaría mejor en casa, con nosotros? –Las lágrimas vuelven a dejarla sin palabras. Jonás aprovecha para tomar las riendas del discurso. –Creo que tiene razón el doctor, Lucía, es por su bien. No quiero que sufra más de lo que ya lo ha hecho.

He salido a la calle y he notado que las fuerzas me fallaban. No he querido darle importancia, al fin y al cabo, ya no va a pasar de hoy. Me he tomado mi café con madalenas en el bar de la Juani, como cada día. Mi médico se enfadaría si lo descubriese, pero a mí sus advertencias ya no me asustan. Han perdido todo su poder, así que devoro cada una de esas madalenas como si se tratara de mi último festín, ya que así es como he decidido que sea.

He superado ya un bisiesto desde que Antonia me dejó. Acababa de entrar la primavera, el aire era nuevo y ya se olía a flores. Los árboles de la calle empezaban a enseñar sus primeros brotes verdes entre tanta rama oscura. Aquel funesto día habíamos decidido salir a pasear por la dársena para aprovechar el sol y secarnos un poco los huesos. Mi mujer padecía osteoporosis, una enfermedad bastante común en menopausia, por lo que unos pocos rayos de sol eran de vital importancia para ella. Estaba contenta. La llegada de la primavera, preludio de la estación más seca, significaba una mejoría física y una pausa del dolor. Le agarré del brazo y juntos nos dirigimos hasta el semáforo que separa el paseo del río de la esquina de la Juani. El bar estaba lleno y las mesas de la terraza ya casi no cabían en la calle.

 –Luego nos tomamos algo con la Juani, ¿te parece Ernesto? Hace mucho que no hablo con ella y hoy hace un día tan bueno… –me decía mientras levantaba la cabeza hacia el sol con los ojos cerrados, tratando de atrapar con el respiro un pedazo de aquel cielo tan azul y limpio. El semáforo se puso verde enseguida y, confiados y pensando en el aperitivo de después, pusimos un pie detrás de otro fuera de la acera. Antonia tenía aún los ojos cerrados cuando oímos a esa mujer gritar. Fue lo último que recuerdo. Un tono agudo que me atraviesa el cerebro y un calor húmedo que se me escapa de la cabeza. Nos atropelló un coche allí mismo. Ese “¡No!” gritado al aire por aquella señora fue nuestra última vivencia juntos. Caímos al suelo inconscientes y nos rompimos la cabeza con el golpe. Yo acabé en el hospital, pero Antonia jamás volvió a abrir los ojos. Me dejó aquella imagen soñadora como su último reflejo. Perdí al amor de mi vida, un veinticinco de marzo de hace ya más de cuatro años.

Fue un accidente brutal, un atropello en toda regla. No hubo excusas que pudieran absolver a ese criminal sobre ruedas, ninguna. De haberse sabido quien fue, estoy seguro de que la ley hubiera caído con fuerza sobre él o sobre ella. Pero nadie vio nada más allá del color y marca del vehículo. La señora del grito fue la única persona que vio venir la tragedia. Los demás se dieron cuenta de lo que había sucedido tras el estruendo producido por el choque. “Ni siquiera frenó, se saltó el semáforo sin más.” –había declarado a la policía. “Iba muy rápido y en seguida me di cuenta de que no le iba a dar tiempo a detenerse si el semáforo se hubiera puesto en rojo. Conduzco desde hace más de veinte años y hay veces que una ya sabe cuándo alguien se va a saltar una señal. Lo ve venir de lejos. Con la experiencia, te acostumbras a tener que predecir ciertas temeridades de la gente. Hay veces que sabes perfectamente que ese de ahí o aquella de allá no va a frenar y te va a dar problemas. Aquel día presentí que ese coche rojo no iba a parar, por eso estaba mirando, temía que algo les pasará a Antonia y Ernesto”

Quiero que pase hoy, tiene que ser hoy. Quiero irme con ella y el sol de hoy es el mismo que el de entonces. Está en la misma posición y el río me sigue esperando al otro lado con el mismo ímpeto de antaño. Llevo un lustro entero observando sus aguas desde este lado. Ya va siendo hora de cruzarlo.  –Querida mía: la vida sin ti, después de ti, no puedo.

–¿Papá? No cierres los ojos, escúchame. –Soy yo, Lucía, tu hija. ¿Sabes dónde estás? Has tenido un accidente, te has caído en mitad de la carretera. Estabas cruzando el semáforo de la Juani y de repente te has caído desmayado. ¿Te acuerdas?

 –¿Qué día es hoy?

–¡Qué más da eso ahora papá!, ¿cómo te encuentras? El doctor Hernández dice que te ha tenido que poner puntos en la cabeza pero que la resonancia está bien. ¿Te duele la cabeza?

–¡Antonia! ¿Eres tú? Ya estoy aquí. Contigo. Miércoles, es miércoles…

–¡Pero papá! ¿No me oyes? Soy Lucía. Mamá no está aquí…Vas a estar unas semanas ingresado, hasta que te cures también del tobillo. Te has hecho un esguince, ¿me oyes? …

 –Déjalo descansar Lucía, creo que no sabe muy bien dónde se encuentra todavía.

–Estoy muy preocupada por él, Jonás. ¿Qué le habrá pasado?

–Ya nos dirá más el doctor en cuanto se recupere un poco. Ahora hay que dejarlo descansar. Mira, ya está aquí el enfermero, venga, vámonos fuera…

Han hecho ustedes bien trayéndolo aquí. Si hablan con el doctor Hernández otra vez, por favor, agradézcanle que nos haya recomendado. Estamos muy orgullosos de nuestro centro y es un alivio saber que profesionales de su calibre nos aconsejan a sus pacientes. He echado un vistazo al caso clínico de su padre y estoy convencido de que la causa de su desvanecimiento no ha sido física sino psicológica. Me explico, su padre no se ha caído en mitad de la carretera a causa de una bajada de tensión o nada por el estilo, su estado de salud es muy bueno para la edad que tiene. He conseguido hablar con él y, por lo que he podido averiguar, el veinticinco de marzo de hace cuatro años murió su esposa en esa misma calle. ¿Es eso cierto? –Sí, doctor. Así fue. Perdimos a nuestra madre hace ya más de cuatro años. Le atropellaron a él y a mi padre cerca de la dársena, el conductor se dio a la fuga. Mi madre murió en el acto, pero mi padre se despertó más tarde en el hospital con heridas leves. Desde aquel día ya no ha sido el mismo hombre, pero nunca pensé que pudiera llegar a tanto. Si le he entendido bien, lo que está tratando de decirnos, es que nuestro padre ha intentado suicidarse ¿No?

 –No exactamente. Lo que quería comentarles es que es muy probable que su padre sufra de lo que se conoce en psicoanálisis como síndrome de aniversario. Se trata de un deseo inconsciente mediante el cual el sujeto que lo padece intenta honrar la memoria del difunto eligiendo la misma fecha en la que éste falleció como fecha de su propia muerte. En otras palabras, su padre sentía dentro de sí un deseo irrefrenable de dejarse morir el mismo día y de la misma forma en los que murió su madre. El desmayo fue psicosomático y, a causa de la caída, acabó golpeándose la cabeza y torciéndose un tobillo. De ahí que, nada más despertarse y durante todas estas semanas, no haya hecho más que preguntar por el día que era. El rendir homenaje a la desaparición de su madre era lo único que le importaba.

–No sabía que estas cosas pudieran pasarle a la gente normal, perdón, quiero decir, a las personas que non han tenido nunca problemas mentales. Porque llegar a desear tu muerte… ¿Es un tipo de depresión o síndrome post traumático? Nunca había oído hablar de esto antes.

 –Verá, aún no se sabe mucho de este síndrome, me temo. Pero el caso de su padre es, como diría yo… de manual. –¿Y tiene solución? –interrumpió, Lucía.

–No sabría qué decirles. Supongo que a la base de la patología se encuentre un mecanismo de sentimiento de culpa, de remordimiento de conciencia. El sujeto suele culparse por cuanto acaecido en esa fecha. Insomnio, apatía y problemas de ansiedad suelen ser síntomas complementarios. ¿Saben si su padre ha sufrido recientemente de alguno de ellos?

Otra noche más sin pegar ojo. Hasta cuándo voy a poder aguantarlo. Cierro los ojos y vivo una y otra vez ese grito. Es increíble la intensidad con la que nuestro cuerpo es capaz de grabar ciertos momentos en nuestra memoria. Aflora solo por la noche; es una tortura. Mi conciencia se divierte devolviéndome a aquel día sin perdón. Soy un espectador silencioso y culpable al mismo tiempo. Si hubiera mirado a la carretera antes de poner el pie en el asfalto, si no hubiera preferido su sonrisa a la vigilia, si hubiera sido más hombre y menos niño aquel día… No merecía morir, ella no. ¿Por qué no pude pararla? ¿Por qué pasé sin pensarlo? ¿Por qué me desperté al día siguiente? No duermo, no sueño, no amanezco desde entonces. Solo veo una y otra vez aquel instante como si estuviera en el infierno y el diablo me hubiese concedido ese castigo. Ayer, por fin, me habló y me dijo: “era miércoles veinticinco de marzo y este año bisiesto así lo trae, Ernesto”

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El barquero

marzo 15, 2020 Microrrelatos Comments (0) 1022

A quien todo puede, a la más cruel de las doncellas: La muerte.

Nací en este barco y no recuerdo si fui antes. Cada viaje me devuelve a la misma orilla de este río. No tengo destino porque estoy fuera del tiempo. Tú, querida mía, eres quien vive dentro y fuera, tú, ángel del tiempo, eres quien cierra y limpia cada existencia con la Gracia de un final. Yo, en cambio, solo navego. Recojo lo que tú descartas, aquello que fue carne y ahora se desvive entre lamentos a causa de la eternidad que tú le has asignado tras este destierro. Nada más que el reflejo de otras almas, soy. Les envidio, deseo para mí, ese dolor que huelo en cada muerto que transporto. Su incertidumbre desbordante, la nostalgia por un tiempo entre sentidos.

Todo esto rielan mis vacíos ojos en esas monedas. Si Muerte y fin eres para ellos, libertad y origen podrías ser para mí, altísima Parca.  

No hay nada más hermoso que un cuerpo envejecido, bien lo sabes. ¡Qué maravilla la carne!, qué delicia el poder caduco de tu hijo el tiempo. Cada arruga, cada respiro, un existir irrepetible. Yo soy, por ti, solo un fatuo eterno, idéntico a sí mismo en cada instante. Un deseo ahogado en el silencio. Furia encendida entre el hierro y la madera de este barco infernal. ¿Qué pecado he cometido? Muerte, dime tú qué delito podría ser más grande que esta pena, qué soy Yo al fin y al cabo. Todas mis monedas por un beso.

                                                                                                                      Siempre tuyo, Caronte.

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Relativismo

enero 29, 2020 Microrrelatos Comments (0) 1016

Yo, señor, no soy malo, es que no me enseñaron debidamente. Nací en una familia de desviados –de mente, se entiende– donde lo perverso tomó el puesto de lo bueno y viceversa. Le aseguro, caballero, que, vista desde dentro, mi vida es toda coherencia. El afecto para mí es agravio, y en cuanto tal, está presente en mi historia: como hubo gente que me quiso, hubo gente a la que yo también quise –a mi manera, se entiende. Repartí besos a mis enemigos y golpes a mis compañeros. Fui condescendiente con quien me faltó al respeto y no tuve piedad con aquellos que me bendijeron. Ya me advirtió mi madre: “Hijo, tú a los que te quieran, se la devuelves” Y eso fue lo que hice. Pasaron los años y, esa maldad, de la que usted me acusa, fue tomando las riendas de mi conducta; pero deje que le aclare una vez más, muy señor mío, que para mí no hubo, ni cabe, acción más digna y honorable que la de este asesinato. 

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El caballero de la mano en el pecho

enero 29, 2020 Cuentos Comments (0) 1198

El polvo ha petrificado su expresión, camuflando la maestría del artista…

Mi tiempo se mide en polvo. Una mezcla de productos microscópicos que incluye: partículas de piel muerta, fibras de tejido, de tapiz para ser exactos, colonias de ácaros y otras sustancias nocivas para mi persona, que son obsequio de los pelotones diarios que vienen a visitarme desde el exterior. 

Este conglomerado de deshechos se acumula y se deposita sobre mi superficie. Yo ya no recuerdo haber vivido fuera, ni siquiera estoy cierto de haber existido como hombre. Dicen que soy una de las maravillas del Greco: “A su izquierda, la maravillosa tela del Greco…”, no conozco a ese Greco ni entiendo bien qué es lo que significa maravilla.  

Las maestras de escuela nunca dejan a los niños acercarse demasiado: “No vayáis a romper algo, que aquí todo son tesoros”. He de ser por lo tanto algo entre la maravilla y el tesoro. Los tesoros me hacen pensar a los piratas, ¿no seré uno de ellos?, esto es una espada…quizá sea un capitán o un oficial de la corona. ¿Quién es mi rey entonces? Ahora recuerdo: mucho polvo atrás, un infante me tocó un hombro con un dedo. Sí, aquí sigue su huella. Soy un caballero, eso está claro. 

Nunca he tenido compañía. No recuerdo rivales, pero tampoco doncellas. Una mano, una amable y cuidadosa mano me confortó en el pasado. Ojalá regresara. Estoy sucio, no veo los colores de mi ropa y mi mirada está desquebrajada. Soy un lúgubre retrato.

“El polvo ha petrificado su expresión, camuflando la maestría del artista…”

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Pensamientos

enero 29, 2020 Microrrelatos Comments (0) 957

Antología de momentos

Desalmado

Desde nuestro encuentro, mi alma, inquieta y exaltada se me escapa de las manos

Perdido

Ejemplar de media talla, pelo oscuro, no es miedoso, responde al nombre de Alberto. Si lo veis, por favor, no intentéis cogerlo: dejadle el móvil y él mismo os dirá como llegar a casa. 

Lejanías 

Rojizos alientos se suceden en el ímpetu de un deseo de retorno; y una calma, la que llega, que a una madre nos devuelve: la tierra. 

37 

La miseria de la guerra no acaba en la muerte sino en la ausencia de vida que nos deja. 

Mazmorra

Se me han escapado dos lágrimas: ¿dónde irán?
A una la vieron camino de Alicante,
A la otra se la tragó un dragón.

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Limón

enero 20, 2020 Microrrelatos Comments (0) 1534

Limón, sabes a cielo y mar entre los dientes.

Creo que voy a acostarme. Sí, ya es hora. Me hago el ánimo y me levanto del sofá. Ya no hay quien vea la televisión, todo el día con anuncios y la teletienda. Cincuenta y pico canales y cuentan menos cosas juntos que cuando había solo dos. Colchones, cuchillos, ollas y, por supuesto, “cambie usted su bañera por un plato de ducha en tan solo seis horas”, cómo para perdérselo.

Bueno, ya me he cansado. – Perico, vamos. ¡A dormir! –Bebe agua que luego no voy a por más. Vamos a poner la calefacción en el tres, que hoy hace frío, ¿verdad que sí, chiqui? Ya sé yo que a ti también te gusta el calorcito, bribón. ¡Menos mal que ya no hay que salir a por leña! Venga, a la camita ya.

 Antes el frío no nos asustaba, ni a ti ni a mí. Nos hacemos viejos, amigo mío. También es cierto que hoy en día se exagera mucho con las noticias y le hacen a uno ya hasta asustarse de que llegue el viento o de que vaya a nevar en invierno. Hacen que parezca algo extraordinario. El día que descubran que el agua moja…. Pero a ti eso te da igual, tú no entiendes de telediarios y de emergencias. – Quieto ahí, espera, espera que encienda la luz del pasillo, ¡que al final nos caemos los dos! Eso es, muy buen chico. Que si cambio climático, deshielo del ártico, incendios en el Amazonas, no te gustaría oír lo que oigo yo cada día, ya no hay manera de vivir tranquilo. Siempre ha habido cambios, pero ahora las cosas pasan sin que nosotros lo queramos. Qué pena ser niño en este mundo. Les hemos quitado mucho, que Dios nos perdone. –Tú no, Perico. Tú siempre has sido fiel a tu naturaleza, nada que perdonarte a ti.

Me acuerdo el año que nevó en un día más que en todo un invierno… –¡o dos! Nadie se extrañó porque los copos cayeran rosas, nos pusimos a jugar con ellos sin más. En mi juventud los hombres éramos unos irresponsables, nada que no fuera el progreso y el bienestar que el dinero poco a poco nos iba trayendo nos interesaba. Me duele pensar que si hoy pongo la calefacción es porque en aquellos años supe mirar para otro lado. –¿Sabes lo que me pregunto, amigo mío?, te lo diré: No me cabe en la cabeza cómo pudimos hacer la vista gorda por tanto tiempo. Sabíamos perfectamente a dónde iba a parar todo: que los vertidos acababan en el río y que de ahí, por lógica, acabarían en el mar…pero hacíamos como si nada. Con ver el sueldo a final de mes, ya se limpiaba sola la conciencia ¡Qué locura! ¡¿Por qué debe el hombre aprender a hacer las cosas bien cuando ya es tarde?!

Creíamos que lo sabíamos todo, pero no era así. Y lo mismo pasa hoy, Periquín mío. Creen que han entendido cómo están las cosas, pero… no éramos nadie y no lo somos tampoco ahora.  Alguien dijo una vez: si no la salvo a ella, no me salvo yo. Hablaba de la vida, en definitiva. De ese escenario en el que nos encontramos –sin guion– nada más nacer. Si no le damos un sentido a nuestra existencia, cómo podemos pretender que esta cuente algo más que ese limón ahí colgado. Ay, mi gran amigo, la conciencia de la muerte es la clave para entender el mundo. –Sube aquí, eso es. Buen perrito. Buenas noches Perico, a ver si mañana también nos despertamos.

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