El caballero de la mano en el pecho
Mi tiempo se mide en polvo. Una mezcla de productos microscópicos que incluye: partículas de piel muerta, fibras de tejido, de tapiz para ser exactos, colonias de ácaros y otras sustancias nocivas para mi persona, que son obsequio de los pelotones diarios que vienen a visitarme desde el exterior.
Este conglomerado de deshechos se acumula y se deposita sobre mi superficie. Yo ya no recuerdo haber vivido fuera, ni siquiera estoy cierto de haber existido como hombre. Dicen que soy una de las maravillas del Greco: “A su izquierda, la maravillosa tela del Greco…”, no conozco a ese Greco ni entiendo bien qué es lo que significa maravilla.
Las maestras de escuela nunca dejan a los niños acercarse demasiado: “No vayáis a romper algo, que aquí todo son tesoros”. He de ser por lo tanto algo entre la maravilla y el tesoro. Los tesoros me hacen pensar a los piratas, ¿no seré uno de ellos?, esto es una espada…quizá sea un capitán o un oficial de la corona. ¿Quién es mi rey entonces? Ahora recuerdo: mucho polvo atrás, un infante me tocó un hombro con un dedo. Sí, aquí sigue su huella. Soy un caballero, eso está claro.
Nunca he tenido compañía. No recuerdo rivales, pero tampoco doncellas. Una mano, una amable y cuidadosa mano me confortó en el pasado. Ojalá regresara. Estoy sucio, no veo los colores de mi ropa y mi mirada está desquebrajada. Soy un lúgubre retrato.
“El polvo ha petrificado su expresión, camuflando la maestría del artista…”
Una noche toledana
En Toledo hubo un canto de mujer desesperado que viajaba por las calles solitario entre las gentes. Bereberes y cristianos, señores y artesanos, mercaderes y doncellas, todos gritan, nadie escucha. Mil razones por cabeza y religiones por moneda.
Mientras una brisa despejaba el último respiro de una madre de Toledo.
Con la ciudad perdida en una noche sin estrellas, ninguna comprensión le queda sino su lamento, noble y desahuciado, así cada momento la muladí recitaba: “Señor, haz que oigan de mis labios cuánto amor es necesario”. Paredes lúgubres y húmedas la envuelven mientras canta. La certeza de una vida despojada de legado, la devuelve a la fe de un tiempo ya pasado.
El orgullo de mi tierra a mis hijos ha condenado, ya sus cabezas yacen lejos de mis manos. De mi destino no me importa. Si el coraje del perdón nos ha faltado, haz de mi dolor y mi pesar oportunidad de redención para aquellos que vendrán.
Quien Toledo ha visitado, y el viento allí ha escuchado, también su leyenda habrá conocido, ya que, desde aquella noche, el viento lleva consigo, aquellas voces de quienes por orgullo, en el tiempo, perecieron.