Pedro Páramo

Aunque prefiero los relatos cortos, me gustaría dedicar unas palabras al personaje femenino de esta novela. Susana San Juan, se presenta como un alma atormentada encerrada en un mundo (el de Páramo) del que solo la muerte la puede liberar. Es también el único espíritu de Media Luna que no necesita redención. Este es, sin duda, su mayor atractivo. Es por esto que el mismísimo diablo sueña con acapararse su alma y hacer suyos sus sueños.

Como en el resto de su obra, hay en estas páginas, un fiel retrato de lo humano. El hombre en su completa mezquindad. Atributos que se muestran magistralmente a través de la culpa, la violencia y el egoísmo de sus personajes.

Muy presente también el factor territorial. Lugares impregnados por las vivencias y sufrimientos de quienes en pasado los habitaron. No existe un rincón sin su historia. El pueblo cuenta de sus fantasmas y éstos construyen sus calles, caminos y cementerios.

Todos escogen el mismo camino. Todos se van. Después volvió al lugar donde había dejado sus pensamientos. –Susana –dijo. Luego cerró los ojos– . Yo te pedí que regresaras…

Juan Rulfo. Obras. El Llano en llamas, Pedro Páramo y Castillo de Teayo, editorial RM (en conjunto con la fundación Juan Rulfo), 2011.

La figura de Pedro Páramo a trazos se escapa. Volviendo la vista atrás, dejando reposar su lectura un tiempo, y mediante un esfuerzo de síntesis conceptual, se podría decir de él que es como un espejo. No es nadie en particular, no es personal. Todos y cada uno de los fantasmas vive un encuentro con Pedro Páramo. Lo asocio, por lo tanto, al estado de la conciencia. Es un reflejo del mal que llevamos dentro. Solo Susana consigue alejarse como si esta fuera una metáfora de la voluntad y el deseo genuinos.

De enorme belleza es el fragmento en el que ella describe su experiencia en el mar. Él la acompaña, pero no consigue entrar en su mundo.

Él me siguió el primer día y se sintió solo, a pesar de estar yo allí. […] Me gustas más en las noches, cuando estamos los dos en la misma almohada, bajo las sábanas, en la oscuridad.
» Y se fue.
»Volví yo.
»Volvería siempre. El mar moja mis tobillos y se va; moja mis rodillas, mis muslos, rodea mi cintura con su brazo suave, da vuelta sobre mis senos,; se abraza de mi cuello; aprieta mis hombros. Entonces me hundo en él, entera. Me entrego a él en su fuerte batir, en su suave poseer, sin dejar pedazo.
»Me gusta bañarme en el mar –le dije.
»Pero él no lo comprende.
»Y al otro día estaba otra vez en el mar, purificándome, Entregándome a sus olas. »

Ibidem, Pag. 283

Es que somos muy pobres

«… y por eso nos va tan mal», habría añadido de mi puño y letra.

Desgracia tras desgracia, el destino se las apaña para poner en su sitio a cada cual, y nosotros somos muy pobres.

Y Tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la ha matado el río. Está aquí a mi lado, con su vestido color rosa, mirando el río desde la barranca y sin dejar de llorar […] El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba a abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición.

Ibidem, Pag. 59

La vaca Serpentina que el río se lleva representa todo el esfuerzo y el sacrificio de esa familia por conseguir un buen matrimonio para su hija menor; Tacha. El buen partido que la niña pueda conseguir constituye la última esperanza para el entero núcleo familiar. Perdido el animal, se pierde cualquier posibilidad de medrar y se abren las puertas del pecado. La inocencia es algo que ya no pueden permitirse.

El hombre

Sin duda, mi relato predilecto. Ya en el título se encierra la síntesis extrema de este cuento y, en definitiva, de la obra de Rulfo.

El autor escoge una técnica de narración en la que no aparecen nombres proprios. En ningún otro relato dejará sin personalidad a sus protagonistas. Aquí, en cambio, se razona por esencias. La virtud narrativa y la maestría con la que se dibujan los rasgos de lo humano confieren a estas páginas un carácter sinestético.

En este cuento sobre el hombre, solo encontramos a la bestia. La trama deja aflorar en superficie la capa más honda del ser humano. Desde el primer momento, el autor atribuye comportamientos animalescos a sus personajes, en la primera frase se marca el estilo:

Los pies del hombre se hundieron en la arena dejando una huella sin forma somo si fuera la pezuña de algún animal.

Ibidem, Pag. 61

La identificación del protagonista con el depredador que, inmerso en la jungla, persigue a su presa, es tal, que se hace necesaria la amonestación de su misma conciencia:

Voy a lo que voy, volvió a decir. Y supo que era él el que hablaba

Idem.

Los cambios de narrador hacen que esta obra sea como una ventana abierta hacia lo esencial. Un viaje hacia lo que nos hace tan humanos y tan animales al mismo tiempo. Prescindir del motivo para juzgarnos a través de los mismos ojos: los de la violencia.

El hombre busca justificación en sus actos: lo que a uno aparece como un acto injusto a otro le resulta necesario.

En la parte final del relato encuentro una intención más moral. A la visión esencial se le añade la dimensión temporal que carga de moralidad edípica la vida del hombre, aparece entonces la persona.

El personaje del borreguero representa la moral, el juicio. De él sabemos que ocupa una posición dentro de la organización social, que es respetado.

¿Dice usted que mató a todita la familia de los Urquidi? De haberlo sabido lo atajo a puros leñazos.

Ibidem, pag.68

El borreguero defiende su inocencia y sus buenas intenciones. No se puede ser culpable si no se conoce el delito y la intención es buena. La culpa de Edipo es o no es pecado.

¿De modo que ahora que vengo a decirle lo que sé, yo salgo encubridor? Pos ora sí. ¿Y dice usted que me va a meter en la cárcel por esconder a ese individuo? Ni que yo fuera el que mató a la familia esa…

Ibidem, pag.69

Animal y ser moral; eso es el hombre.

Tlalpa

En esta corta historia sobre Tanilo, veo otro aspecto fundamental de la vida humana, el hombre visto como res cogitans. Aunque son posibles varias lecturas:

Psiconalítica; que vería procesos de sublimación y una idealización de la persona fallecida, es decir, del luto y del dolor provocado por el remordimiento.

Kafkiana; hablaría del desplazamiento continuo del objeto del deseo y de cómo este nos transforme en esclavos (inconscientes) de nuestras mismas pulsiones.

Luvina

El cuento, a través del cual, más he podido identificarme con el personaje, de todos los que he leído hasta ahora. Podría incluso llegar a decir que yo misma he vivido en Luvina.

Algunos de los elementos que más me han impactado:

Viento; idea de consumación, erosión, desgaste. Representa la hostilidad del ambiente, de la circunstancia en términos orteguianos.

La cal y el color gris; ausencia de vida, infertilidad, abrasión.

Nunca verá usted el cielo azul en Luvina. Allí todo el horizonte está desteñido; nublado siempre por una mancha caliginosa que no se borra nunca.»

Ibidem, pag.124

En Luvina no se puede ser feliz, allí anida la tristeza, la parálisis. Ninguna oportunidad te espera. Es tierra de vejez. Quien allí va, se hace viejo y espera a la muerte. Viven por sus muertos. La acción, cualesquiera que esta sea, es extraña a sus gentes.

La circunstancia aniquiladora gana terreno al yo que la habita. Luvina te devora. Sobre la tristeza:

Está allí como si allí hubiera nacido. Y hasta se puede probar y sentir, porque está siempre encima de uno, y porque es oprimente como una gran cataplasma sobre la carne del corazón.

Ibidem, pag.125

De Luvina uno vuelve viejo y sin vida. El tiempo se distorsiona: lento cuando se está esperando dentro, rápido cuando se vuelve la vista atrás desde fuera de ella.

Allá viví.Allá dejé la vida…Fui a ese lugar con mis ilusiones cabales y volví viejo y acabado.

Ibidem. pag.126

Luvina es una perfecta metáfora de la vida de hoy en día. La alienación a la que es sometido el individuo y que lo arrastra y condena dentro de una existencia que se transforma en una lucha continua contra el viento (que no cesa en Luvina). Y que es aún peor y más vacía cuando el espejismo de este enemigo eterno se detiene y deja ver el cielo. Malo cuando deja de hacer aire porque se piensa y se ve entonces la distancia y el abismo. El tiempo se abalanza sobre él y lo engulle, lo distrae y lo entretiene mientras le roba la vida, lo vital. Hay quien nunca sale de Luvina, quien escapa a tiempo, quien lo hace demasiado tarde y quien nunca ha querido entrar. Sensibilidades, estas últimas, que han intuido la voraz dimensión del tiempo en Luvina y se alejan de ella. En mi opinión, el autor, pertenece a este grupo. Él y todos aquellos a los que estas páginas hayan iluminado el camino.