En Toledo hubo un canto de mujer desesperado que viajaba por las calles solitario entre las gentes. Bereberes y cristianos, señores y artesanos, mercaderes y doncellas, todos gritan, nadie escucha. Mil razones por cabeza y religiones por moneda.

Mientras una brisa despejaba el último respiro de una madre de Toledo.

Con la ciudad perdida en una noche sin estrellas, ninguna comprensión le queda sino su lamento, noble y desahuciado, así cada momento la muladí recitaba: «Señor, haz que oigan de mis labios cuánto amor es necesario». Paredes lúgubres y húmedas la envuelven mientras canta. La certeza de una vida despojada de legado, la devuelve a la fe de un tiempo ya pasado.

El orgullo de mi tierra a mis hijos ha condenado, ya sus cabezas yacen lejos de mis manos. De mi destino no me importa. Si el coraje del perdón nos ha faltado, haz de mi dolor y mi pesar oportunidad de redención para aquellos que vendrán.

Quien Toledo ha visitado, y el viento allí ha escuchado, también su leyenda habrá conocido, ya que, desde aquella noche, el viento lleva consigo, aquellas voces de quienes por orgullo, en el tiempo, perecieron.