Yo, señor, no soy malo, es que no me enseñaron debidamente. Nací en una familia de desviados –de mente, se entiende– donde lo perverso tomó el puesto de lo bueno y viceversa. Le aseguro, caballero, que, vista desde dentro, mi vida es toda coherencia. El afecto para mí es agravio, y en cuanto tal, está presente en mi historia: como hubo gente que me quiso, hubo gente a la que yo también quise –a mi manera, se entiende. Repartí besos a mis enemigos y golpes a mis compañeros. Fui condescendiente con quien me faltó al respeto y no tuve piedad con aquellos que me bendijeron. Ya me advirtió mi madre: “Hijo, tú a los que te quieran, se la devuelves” Y eso fue lo que hice. Pasaron los años y, esa maldad, de la que usted me acusa, fue tomando las riendas de mi conducta; pero deje que le aclare una vez más, muy señor mío, que para mí no hubo, ni cabe, acción más digna y honorable que la de este asesinato.