Nací en este barco y no recuerdo si fui antes. Cada viaje me devuelve a la misma orilla de este río. No tengo destino porque estoy fuera del tiempo. Tú, querida mía, eres quien vive dentro y fuera, tú, ángel del tiempo, eres quien cierra y limpia cada existencia con la Gracia de un final. Yo, en cambio, solo navego. Recojo lo que tú descartas, aquello que fue carne y ahora se desvive entre lamentos a causa de la eternidad que tú le has asignado tras este destierro. Nada más que el reflejo de otras almas, soy. Les envidio, deseo para mí, ese dolor que huelo en cada muerto que transporto. Su incertidumbre desbordante, la nostalgia por un tiempo entre sentidos.

Todo esto rielan mis vacíos ojos en esas monedas. Si Muerte y fin eres para ellos, libertad y origen podrías ser para mí, altísima Parca.  

No hay nada más hermoso que un cuerpo envejecido, bien lo sabes. ¡Qué maravilla la carne!, qué delicia el poder caduco de tu hijo el tiempo. Cada arruga, cada respiro, un existir irrepetible. Yo soy, por ti, solo un fatuo eterno, idéntico a sí mismo en cada instante. Un deseo ahogado en el silencio. Furia encendida entre el hierro y la madera de este barco infernal. ¿Qué pecado he cometido? Muerte, dime tú qué delito podría ser más grande que esta pena, qué soy Yo al fin y al cabo. Todas mis monedas por un beso.

                                                                                                                      Siempre tuyo, Caronte.